Era una mañana como otra cualquiera. Me encontraba leyendo el periódico mientras mordisqueaba una tostada y sorbía un poco de café cuando, de pronto, una noticia consiguió captar toda mi atención. Después de los fuertes temporales sufridos en Galicia éste invierno, el mar había dejado al descubierto en la playa de San Román (O Vicedo) restos de un yacimiento vikingo. ¡No podía pasarlo por alto! ¡Tenía que acercarme a verlo! Así que allá me fui.
He de reconocer que, nada más llegar, me sentí un poco decepcionada. Esperaba que el mar se hubiese llevado una gran cantidad de arena, quedando al descubierto un antiguo asentamiento. ¡Malditos prejuicios! ¡Sólo sirven para llevarse decepciones! Y es que me encontré una playa sin nada que llamase especialmente la atención aunque, todo sea dicho de paso, era preciosa. Decidí, entonces, preguntar en el bar que está pegado al aparcamiento. Todos los que allí se encontraban habían escuchado hablar del tema pero nadie sabía nada. ¡No me lo podía creer! ¡Me había hecho 2 horas de coche para nada! Por suerte, en ese instante apareció el camarero. Era una de ésas personas que saben de todo y conocen bien la zona en la que viven. Es una lástima que quede tan poca gente así hoy en día. Me indicó la zona en la que estaba la antigua fortificación, lo que hoy es un montículo llamado Os Moutillós y la zona en la que se encontraron las anclas, aunque ya se las había llevado Patrimonio para estudiar. De la fortificación nada podía verse ya que estaba totalmente cubierta de vegetación, pero me comentó que las piedras que allí había eran de cuarzo recubiertas de un material que no era de la zona, aunque no me supo especificar de qué se trataba. Recordaba que de niño solía jugar en la arena con sus amigos y era algo habitual encontrar huesos mientras cavaban un hoyo, por lo que se limitaban a hacer lo de siempre: tirarlos para otro lado y seguir excavando. ¡A saber quienes estarían allí enterrados! En cuánto a las anclas vikingas, las recordaba de toda la vida. Parece ser que, incluso, eran usadas como muertos por los vecinos de la zona. Son de forma triangular y metían un palo por el agujero que tienen en el medio, llamado ojo del arganeo, de forma que quedase perpendicular al ancla, evitando así que se pudiesen desplazar. En definitiva, siempre estuvieron allí sin que nadie les diese valor hasta que apareció un entendido en el tema. Me recordó, en cierta medida, al Códice Calixtino, del cuál nadie sabía de su existencia hasta que lo robaron y, ahora, hay que pagar entrada para verlo. ¡Qué curioso es el ser humano!
Seguí hablando con él y me indicó que, al final de la playa, hay una antigua grúa que servía para cargar madera en los barcos hacía 2 generaciones. También que, pasando la estación de trenes, había una casa en la que se reunían los templarios y en la que todavía podía verse el escudo que así lo indicaba. Hoy en día, vive allí una señora mayor y quién sabe lo que será de esa casa cuando ya no esté aquí.
Y sin quererlo ni beberlo, siguiendo a los vikingos topamos con los templarios, lo que nos llevó a la Isla Coelleira, cuyo nombre provenía de la gran abundancia de conejos que la habitaban. El faro que hay en ella era un antiguo monasterio y los monjes que allí vivían se dedicaban, en gran parte, al cultivo de maíz ya que, por suerte, la isla tiene agua dulce. De ellos también se sabe que se trasladaban a Viveiro a dar misa en barcas de cuero. ¡Parece mentira que algo así pudiese flotar! Pasados los años y después de una serie de acontecimientos, el monasterio pasó a ser propiedad de los templarios, una orden militar y religiosa fundada a principios del siglo XII y cuyo fin era defender la seguridad en los caminos y proteger a los peregrinos. Personalmente, una de las cosas que más me gusta de Galicia es que cada sitio tiene su leyenda y, como no podía ser de otra forma, a Illa Coelleira tiene la suya propia. Todo aconteció una noche en la que se escuchó el repicar de la campana del monasterio. Fue entonces cuando varios verdugos comenzaron a degollar a los monjes, que sufrieron con gran martirio y resignación los últimos instantes de sus vidas. Pero se dice que uno de ellos consiguió sobrevivir y, vestido de paisano, se refugió en una casa de O Vicedo, en la playa de Xilloi, hoy conocida como Casa do Paisano. También se rumorea que, durante una noche en la que había una gran tormenta, en ésa misma playa, apareció San Esteban, al que colocaron en un carro de bueyes que anduvo hasta el lugar en el que, posteriormente, se construyó la iglesia de San Esteban.
Como siempre, dejo enlaces para quien quiera saber más.
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Ancla vikinga hayada en O Vicedo. Fotografía tomanda de elpais.com (7 de Marzo de 2014). |
Seguí hablando con él y me indicó que, al final de la playa, hay una antigua grúa que servía para cargar madera en los barcos hacía 2 generaciones. También que, pasando la estación de trenes, había una casa en la que se reunían los templarios y en la que todavía podía verse el escudo que así lo indicaba. Hoy en día, vive allí una señora mayor y quién sabe lo que será de esa casa cuando ya no esté aquí.
Y sin quererlo ni beberlo, siguiendo a los vikingos topamos con los templarios, lo que nos llevó a la Isla Coelleira, cuyo nombre provenía de la gran abundancia de conejos que la habitaban. El faro que hay en ella era un antiguo monasterio y los monjes que allí vivían se dedicaban, en gran parte, al cultivo de maíz ya que, por suerte, la isla tiene agua dulce. De ellos también se sabe que se trasladaban a Viveiro a dar misa en barcas de cuero. ¡Parece mentira que algo así pudiese flotar! Pasados los años y después de una serie de acontecimientos, el monasterio pasó a ser propiedad de los templarios, una orden militar y religiosa fundada a principios del siglo XII y cuyo fin era defender la seguridad en los caminos y proteger a los peregrinos. Personalmente, una de las cosas que más me gusta de Galicia es que cada sitio tiene su leyenda y, como no podía ser de otra forma, a Illa Coelleira tiene la suya propia. Todo aconteció una noche en la que se escuchó el repicar de la campana del monasterio. Fue entonces cuando varios verdugos comenzaron a degollar a los monjes, que sufrieron con gran martirio y resignación los últimos instantes de sus vidas. Pero se dice que uno de ellos consiguió sobrevivir y, vestido de paisano, se refugió en una casa de O Vicedo, en la playa de Xilloi, hoy conocida como Casa do Paisano. También se rumorea que, durante una noche en la que había una gran tormenta, en ésa misma playa, apareció San Esteban, al que colocaron en un carro de bueyes que anduvo hasta el lugar en el que, posteriormente, se construyó la iglesia de San Esteban.
Como siempre, dejo enlaces para quien quiera saber más.
Me ha encantado esta entrada!!. Sólo pasé por esa costa una vez. Me llama la atención, una de las cosas que mejor recuerdo es que, en esa playa, habia varios muertos para las barcas. La tipología consistia en un tocón de castaño con una rama perpendicular al tocon, Encharcado de agua el tocón y con esta estructura, parecia muy firme en la arena. Quizás esta tipología de muerto para los barcos en la zona, no sea más que el producto de una larga historia como la que cuentas, de usar las viejas anclas normandas por los vecinos como muertos, a la busqueda de crear algo similar y barato para las demas barcas, dando como resultado con el tiempo, un tocón de madera, sin ojo de arganea pero con la misma función.
ResponderEliminarNo hay manera de acabar una ruta sin llenarse la mente de preguntas y medias respuestas (de echo no hay manera de acabar una ruta ;)). Un abrazo!